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lunes, 26 de diciembre de 2011

LA ABSURDA OBSESIÓN DE JULIA

Aquella mañana Julia nada más levantarse de la cama con una sonrisa de oreja a oreja se miró en el espejo. Su cara cambió en segundos, ella notaba cómo su pasión por la comida cada vez le hacía estar más gorda.
Con las manos sudorosamente sudorosas y las lágrimas cayendo sobre sus mejillas rojizas, Julia quería dejar de comer QUERÍA ADELGAZAR. Y aquella misma noche empezó con su dieta, ella quería que fuese su secreto su gran secreto ya que si se lo contaba a alguien no la entenderían y se reirían aún más de ella. Ella estaba realmente delgada pero esa absurda idea de que estaba gorda a Julia cada día le abrumaba más.
Julia sabía que comer tanto muchas veces no era lo mejor, y encima tenía que oír cómo todo el mundo se reía de ella en realidad eran imaginaciones suyas; se pensaba que todo el mundo la insultaba, la señalaban y se reían de ella pero no era así. Ella ya no aguantaba más y a la mañana siguiente decidió contarle lo que le pasaba a su madre, ya que nadie mejor que ella la entendería tan bien, ya que su mejor amiga cuando más la necesitaba la dio de lado y ella sabía que en su madre podía confiar y que la ayudaría de verdad. Le contó todo lo que le estaba pasando y su madre le dijo:
"Cariño, no importa cómo estés, lo que verdareramente importa es cómo eres y la gente te quiere tal y como eres, empezado por mí que sabes que pase lo que pase yo te querré siempre. Y el que no lo sabe apreciar es porque es un niñato y tienes que empezar a valorarte tú porque si tú no lo haces el resto tampoco lo hará".
Recapacitando con las palabras de su madre, el resto de los días cada vez que se levantaba se miraba al espejo y decía "yo valgo más de lo que creo y mi madre me lo ha demostrado, tengo a la gente que más quiero y que más me quieren a mi lado, qué más puedo pedir".
Y así fue como Julia pasó de ser una niña con complejos a una niña que por dónde pasaba se comía el mundo con tan solo dar un chasquido.

Noelia Vecino 2º B

miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA DAMA Y EL JUGLAR

Cuando abrió la puerta, él seguía allí… La estaba mirando, con una sonrisa dulce, cálida, cariñosa, tierna. Era la sonrisa que él siempre ponía cuando estaba contento, la sonrisa que a ella tanto le gustaba. Al fin y al cabo, era la sonrisa la que en un primer momento le gustó de él. El joven caballero de pelo blanco extendió los brazos, y ella corrió a abrazarle. Él la abrazó también, con fuerza; hacía tanto que no se veían que aquello parecía un sueño. Cuando se separaron, ella depositó un suave beso en su mejilla, y empezó a guiarle hasta la puerta. Él era ciego, pero era ella la que casi no veía nada. Esa celda era oscura, olía a sangre y a sudor, y además a enfermedad. Él tenía una herida abierta e infectada en el pecho, según le habían informado, y lo había corroborado; ahora también tenía el pecho del vestido manchado, pues al abrazarle, su sangre había teñido de rojo la tela.
Al salir del calabozo, él se desplomó en el suelo de piedra. Ahora había un poco más de luz, así que ella pudo verle bien: tenía el pelo blanco manchado, sucio; la camisa dejaba ver la herida, causada por los dioses sabían qué; olía a alcohol, a basura, a podrido, a sudor, pero sobre todo a sangre; la ropa estaba manchada, ropa que había costado más que el laúd que él poseía, pero que en ese momento no llevaba consigo. Pero eso, a ella, le daba igual. Se agachó rápidamente, y se desató el cinturón de tela que llevaba. Se lo ató en el pecho como si fuera una venda. No pudo contener más las lágrimas, y empezó a llorar, mientras le vendaba. No sabía si moriría, no sabía si volvería a irse, a dejarla sola. Simplemente, no quería que muriese, no quería que se volviera a ir. No sabía que había hecho durante ese mes, no sabía dónde había estado. Ella había permanecido en el castillo, a merced de su “padre”. Bueno, padre. Tampoco se le podía llamar así, aunque él se autodenominase “padre” suyo. Era un conde bastante poderoso, pero sin ningún hijo. Y como ella sabía manejar la espada, le había puesto su apellido, Bubied. Él se llamaba James Bubied, conde de Bridgestury, señor del río Salersmy, dueño del bosque Talesfell, amo de todos los que habitaban en sus tierras, y una larga lista de títulos que ella ya no recordaba. En un tiempo sabía recitarlos todos, sin fallo alguno, pero ya no. Pero para ella era sólo el hombre que había matado a sus padres, a sus hermanos. ¿Y qué le había dado él a cambio? ¿Un nuevo nombre, un apellido con significado para la gente llana? Eso no era lo que ella había querido, pero al fin y al cabo, tampoco podía quejarse. Gracias a ese apellido sólo podía comportarse como una dama, y en ocasiones ir a la guerra. Era una especie de princesa-caballero. Pero lo que ella quería en ese momento era intentar salvar la vida de Andrik, el hombre del que estaba enamorada. Era lógico.
Una vez vendado, pidió ayuda a un par de guardias que había allí para que le ayudasen a transportarlo hasta la habitación en la que ella había pasado todo ese mes. No había comido, no había querido hablar con nadie, sólo dio órdenes de encontrar a un joven juglar de pelo blanco y ropa medianamente lujosa, y que lo llevaran ante ella cuando lo encontraran. Pero en aquel castillo nadie movía un dedo sin que James no lo supiera, y por eso había tenido que bajar al calabozo, a recogerlo. Ella sabía perfectamente que a su “padre” no le gustaba el chico; no porque fuera un simple juglar, sino porque él sabía que su esposa había intentado llevárselo a la cama Y para James eso era claramente un peligro. Lord Bubied era un hombre muy posesivo para ciertas cosas. Cuando llegaron al cuarto, lo tendieron sobre la cama y los dejaron a solas. Al cabo de un rato comenzaron a venir médicos, a los que ella echó. No confiaba en ellos, y la medicina era eficaz a largo plazo. Con un mago de confianza, como el que le había curado hacía semanas antes, se sentía más segura. Primero quería curarlo, y después ya hablarían. Tenía que contarle muchas cosas, pero sobre todo, tenía que enfadarse con él. Casi se había acostado con su madre. Por una parte, estaba muy enfadada, triste, deprimida, y por otra, se sentía culpable de que ahora estuviese como estaba, con aquella herida en el pecho, tan grande y tan infectada. Deseaba que llegase ya el mago, que lo curase, y poder acabar con todo.
Se abrió la puerta, y entraron las tres damas de compañía de Marie Bubied: Nagore, Elizabeth y Elvira. Detrás de ellas, estaba el jefe o capitán de la guardia de la familia, Desmond Warham. Los cuatro hicieron una reverencia, y se dispersaron por la habitación. Nagore echó las cortinas de terciopelo para que no entrase la luz, Elvira encendió la chimenea y Elizabeth sacó toallas y vendas. Marie cogió una de esas vendas y comenzó a vendar al juglar. Primero le quitó la camisa, luego su cinturón, ensangrentado, y después comenzó a rodearlo con aquella tela tan suave y con olor a lavanda. Desmond, sin embargo, se mantuvo junto a la que en un futuro sería la heredera del apellido Bubied y de todos los títulos que traía consigo esa palabra, y puso una mano sobre la frente sudorosa del chico. La apartó de inmediato.
―Está ardiendo, mi señora.
Marie se limitó a asentir, mirando con ojos melancólicos (aunque ya secos) a Andrik. No se sentía con ánimos ni para hablar. Ella se había sentado en el borde de la cama, junto a él. La última vez que lo había dejado solo lo había hallado con su madre política sobre él, ahora no iba a volver a cometer el mismo error. Aunque no pudiese hacer gran cosa.
―El mago vendrá de un momento a otro, niña. No tenéis de qué preocuparos ―dijo Desmond, sentándose junto a ella y abrazándola por los hombros. Si había alguien que podía llamarse padre suyo, ese era Desmond. Era un hombre ya entrado en años, pero era valiente y fuerte como un muchacho de veinte. Tenía una hija, Elizabeth, que era una de las damas de Marie, pero nadie diría que fueran familia. Él tenía el pelo castaño, canoso, con ojos verdes y piel un poco bronceada, mientras que su hija tenía el pelo rojo, los ojos negros, y la piel blanca, salpicada por pequeñas y numerosas pecas. Marie, sin embargo, tenía el pelo rubio, bastante largo (le cubría toda la espalda, y aún descendía más) y muy rizado, con los ojos marrones como dos pequeños trocitos de caoba. Estaba claro que no era su hija, pero hubiese preferido eso que ser Lady Bubied. De cualquier forma, ella le daba permiso para que la tratase de una forma más coloquial, menos correcta―. Habrá que rezar a La Madre para que lo cure.
―Los dioses no existen. Lo que está muerto no puede morir ―respondió ella, igual de impasible que antes. Sólo le miraba a él, tendido sobre la cama, luchando por respirar, por seguir viviendo. Andrik tenía los ojos claros abiertos en una fina rendija, y parecían mirar hacia ella, aunque no pudiesen ver. El fuego le había quemado la visión hacía dos años, cuando él tenía unos veinte. Pero ella había prometido que le devolvería la vista, algún día, pero lo haría. Lo había jurado―. Pero él no está muerto.
―Pero si sabéis que él no va a morir es porque vuestro padre es generoso, y va a hacer llamar a su mago pers…
―James va a traer al mago porque yo se lo he ordenado. No es generoso. Quiere cortarle la cabeza, y a mí también. Eso no es ser generoso ―le espetó, brusca―. Tus dioses no existen, están muertos. Si estuvieran vivos no habrían tolerado que James siguiese existiendo, y tampoco tolerarían el que le hubiesen cegado a Andrik, ni que ahora estuviese como esté. Los dioses no existen. Y él no es mi padre.
El capitán de la guardia sólo asintió, con la mirada perdida en los ojos blanquecinos del que estaba sobre la cama. Desmond era creyente, con una fe inquebrantable. Pero sabía que Marie tenía razón. Iba a decir algo, pero en ese momento entró un hombre bajito, gordo, con el pelo blanco y el rostro congestionado. Vestía ropas oscuras, pieles y cueros negros, y los zapatos eran igual. Traía un maletín consigo, negro también, y lo puso en el suelo. Detrás de él vino un hombre más alto, de un metro ochenta, con el pelo canoso y rubio, como el de Marie, y los ojos marrones oscuros. Vestía un abrigo de piel cobriza, probablemente de lobo u oso, un jubón de hilo con dibujos de leones, unos calzones rojizos y unos zapatos del mismo estilo. Venían ambos algo acalorados. Las tres chicas hicieron una reverencia, y Desmond simplemente agachó la cabeza. Marie bajó la mirada. James tomó aire.
― ¿Este es el mago? ―preguntó ella.
―Sí. Déjale sitio, va a ver qué puede hacer por él ―dijo James.
A ella se le encendieron los ojos. ¿Que qué podía hacer por él? No. El mago iba a salvarlo, y lo reviviría, si en algún momento era necesario. O al menos, era eso lo que ella pensó que haría. Se levantó de la cama y les dijo a las chicas que se fueran a prepararle la bañera. Quería quitarse el ronchón de sangre que se le había quedado en el vestido al abrazarlo. Se acercó a Desmond, y le dijo:
―Vigíladles. Si hacen algo raro, usad vuestra espada, Ser.
No era una petición, era una orden, y él lo sabía porque había usado un tono de voz imperativo.
―Marie… ―dijo Andrik, justo cuando esta salía por la puerta. Retrocedió inmediatamente y se sentó junto a él, pero al otro lado de la cama. El mago ya había empezado a examinarlo. Cambió su expresión a otra mucho más dulce, y lo miró con ojos llenos de cariño, aunque él no pudiese verlos.
― ¿Qué sucede? ―preguntó, con una voz que era todo lo contrario al tono que había usado antes.
―Lo… siento. ―Cerró los ojos y giró la cabeza. Ella se quedó con una cara desencajada, y sujetó la cabeza de él con sus manos.
―Andrik. ¡Andrik! ¡Responde, Andrik! ―Se giró hacia el mago y James―. ¡¿Está bien?! ¡¿Sigue vivo?! Está vivo, ¿verdad? ―gritó, preguntando.
El mago tumbó la cabeza sobre el pecho de Andrik durante unos segundos, y después la volvió a levantar. No dijo nada, y siguió mirando qué le sucedía al chico.
―Yo creo que ya está muerto ―dijo James, encogiéndose de hombros, como si aquello no le importase. Marie abrió los ojos de golpe, con pánico, con terror. ¿Y si era verdad? ¿Y si estaba muerto? Volvió a mirar el rostro de Andrik, y de pronto, lo notó demasiado frío entre sus manos. Las apartó, y lanzó un grito mientras ocultaba su cara entre las almohadas. Empezó a llorar, otra vez―. Te lo dije, no aguantaría. Al fin y al cabo, sólo es un juglar, sin dinero, sin una casa, sin honor, que no tiene dónde caerse muerto. Te lo dije.
Sintió cómo Ser Warham la cogía y la sacaba de la habitación en dirección a los baños, pero durante el trayecto mantuvo la cara hundida en el peto de metal del caballero. Gritaba, lloraba, volvía a gritar, y volvía a llorar. Los baños estaban en la otra punta del castillo, así que para cuando llegaron el agua estaría fría. La dejó en el biombo y Nagore comenzó a desvestirla. La guió hacia la bañera, o piscina, mejor dicho, y ella se metió por su propio pie. Efectivamente, el agua estaba algo fría, pero a ella no le importó. Cogió un poco de la espuma que había en la superficie del agua, y la sopló, con aire triste. Ya nada tenía sentido para ella. ¿Qué haría ahora? Primero lo enterraría, haría un funeral digno. Mucho más que el que tendría James cuando lo matase, o intentase acabar con él. Debía de hacerlo, aquello que había dicho antes le había hecho enfurecer. Había muerto, eso era lo que le rondaba la mente una y otra vez. Había muerto, estaba muerto. Estaba muerto. Ya no volvería a oírle cantar, ni a oír su voz, ni a ver esa sonrisa que tanto le gustaba. Sólo se había disculpado, y eso era todo. Ahora sí que se sentía culpable.
Al terminar el baño, las tres damas la vistieron con un vestido verde, oscuro. Se componía de un corsé con mangas largas, cosidas a la falda, que era de seda, bastante pomposa. El verde era su color favorito. Todavía no era oficial el luto, todavía no sabía de verdad si había muerto, aunque era lo más probable. ¿Pero y si el mago lo había revivido? ¿Y si nunca hubiese estado muerto? Por un lado quería volver a la habitación y saber qué sucedía; por otro, prefería seguir viviendo en la ignorancia. Sólo sabía una cosa: si Andrik estaba muerto, ella moriría, pero primero iría James. Y si no estaba muerto, huirían. Desmond les ayudaría a franquear la muralla que rodeaba la ciudad, les daría un caballo, retrasaría a James… Pero a quién quería engañar. Él estaba muerto. Había muerto entre sus manos, y antes de ello se había disculpado. Cuando se hubo vestido se puso la moneda de cobre malo que siempre llevaba al cuello. Era de cuando habían estado con el rey Salem y otros muchos reclutas en aquella búsqueda de la reina Elva. Tuvieron que cantar para conseguir dinero y poder dormir en una cama, o al menos en un sitio que no fuera el suelo de la calle. Recordaba que él había empezado a tocar, y ella, como no sabía hacer de juglaresa ni ningún cantar sobre cualquier héroe como Ser Wallace Royce, que había acabado con el basilisco de Jacksbury, o como Ser Charles Brandon, que había matado al último dragón de la región de Salsterty, le había hecho los coros. Sólo les echaron dos monedas de cobre, y encima del malo, así que les tocó dormir fuera. El rey Salem y dos de sus hijos, Alex y Erika (que eran gemelos) durmieron en las habitaciones más lujosas de la posada. James odiaba a los reyes de Valyria, y por eso tenía pensado destruir a Salem. De ahí el que tuviera su pequeña corte, que crecía a pasos agigantados, con tantos vasallos como tenía, para dar el golpe en cuanto le fuese oportuno. Era un odio parecido al que sentía Marie por James, un odio casi sin sentido. De todas formas, los padres a los que había matado el ejército de James no eran sus padres de verdad. Eran una pareja de ancianos estériles que nunca habían tenido hijos. Ella no sabía bien su propio origen, sólo recordaba aquello. Esos ancianos y el resto de sus “hijos”, unos siete niños y niñas abandonados. Por eso ella creía que sus padres también la habían abandonado. Nunca les había conocido, y ya se había resignado a no conocerles nunca.
Al final decidió dirigirse a la habitación. Pasó por el jardín interior del castillo, en el que se paró unos segundos para ver la hora que era en el reloj solar que había en el centro del jardín. Eran las seis, habían pasado dos horas desde que bajó al calabozo a recogerlo. Por el camino se encontró con Ser Jackery Smith, el caballero que había encontrado a Andrik. Venía de la habitación, y lo sabía porque estaba con un montón de ropas y vendas ensangrentadas, y el cinturón que ella se había quitado antes. Al verla, hizo una reverencia torpe, que consiguió que se le cayera dicha prenda. Le sonrió, disculpándose por su torpeza, pero ella no mostraba otro sentimiento que no fuera la tristeza. Marie se agachó y recogió su propio cinturón, y lo ató a una de sus muñecas. Esa prenda se la quedaría ella.
―Deberíais ir a la habitación de inmediato. Así lo ha ordenado el señor, Lady.
― ¿Y vos, adónde váis, Ser? ¿A la lavandería? ¿Acaso no es ese el trabajo de los pajes? ―dijo ella, con un tono monótono.
―Aaah… El maldito paje del señor… del juglar ―Se corrigió, dado que no sabía su nombre― ha desaparecido. Creo que James lo ha interrogado personalmente, él también quería encontrar al juglar, pero fui yo quien lo halló borracho, tirado en la calle, con esa herida tan fea que tiene. Qué desperdicio de ropa.
Y se marchó. Esa frase le dio esperanzas: «esa herida tan fea que tiene». ¿Significaba eso que estaba vivo? Aunque sabía que ese Ser no sabía expresarse bien. Leía mucho, sí, pero no se explicaba de forma concisa. Eso la enturbió un poco. Todavía le quedaba por atravesar un cuarto del castillo, pero lo recorrió bastante rápido. A veces corría y a veces andaba rápido, pero no se detuvo en ningún momento. Quería llegar cuanto antes. Ser Jackery le había dado esperanzas, quería saber si seguía vivo, sólo eso.
Abrió la puerta de golpe, con el corazón en la garganta, y todos giraron la cabeza hacia ella. Marie dirigió la mirada hacia la cama. Sobre ella, estaba el cuerpo de Andrik, flotando, rodeado por una neblina azulada, bastante tenue. Se tambaleó un poco en cuanto ella entró de aquella forma tan brusca, pero después se estabilizó. Al cabo de unos minutos Andrik bajó hasta colocarse en la cama. En ese momento, ella abrió la boca para decir algo, pero el mago no había acabado. Pronunció unas palabras en un idioma arcano, y de sus manos salió un halo verdoso que hizo que la herida comenzase a curarse, o más bien, a cerrarse. Que se curase era otra cosa muy distinta. De repente, entró una dama en la habitación. Era ella, su “madre”. Era la cuarta esposa de James, o quizá la quinta. No lo sabía bien. Tenía la misma edad de Marie, veinte años. Su pelo era marrón oscuro, y sus ojos se parecían un poco a los de ella, pero eran completamente distintos a la vez. Aunque en ese momento ambos expresaran el mismo miedo. Marie se puso tensa por unos instantes. No, realmente la culpa de que quizás estuviese muerto era de su madrastra Diane. Posiblemente hubiera sido ella la que le hubiese seducido. Al entrar, Desmond hizo una reverencia bastante breve, pero nadie más se inclinó ante ella. Diane se asomó un poco a la cama, para ver a Andrik más de cerca. Se giró inmediatamente hacia James.
―No estará muerto, ¿verdad? ―Él no respondió― ¿Está muerto? ―volvió a preguntar, con el llanto a flor de piel.
En ese momento, Marie se lanzó a por ella, cayendo sobre la cama.
― ¡Cállate, estúpida! ¡Si está muerto es por tu culpa! ―gritó, mientras el mago pegaba un salto para esquivarlas. Empezaron a gritar y a rodar sobre la cama, hasta que finalmente cayeron al suelo― ¡No tienes derecho alguno a llorar por él!
James ordenó a Desmond que las detuviera, y este se lanzó a coger a Marie, que era la que en ese momento estaba arriba. Ella se sujetó a Diane con fuerza, clavándole las uñas, mientras esta se revolvía en el suelo, gritando que la soltase. Marie la mordió en el cuello, y en ese instante, Desmond consiguió liberar a Diane. Sostuvo a Marie por la cintura.
―No lloraba por él. No estaba llorando. Y tenme más respeto.
― ¡Soltadme, Desmond! ¡Debo acabar con esa furcia! ¡Soltadme ahora mismo, os lo ordeno! ―gritaba Marie, revolviéndose entre sus manos con cada vez más fuerza.
―Cállate. Ser, sacadla de aquí de inmediato ―dijo James, con la voz serena, pero los ojos llameantes. El jefe de la guardia asintió y sin esfuerzo salió afuera con ella. La depositó en el suelo cuando estuvieron a una distancia prudente de la puerta, pero se seguían oyendo los gritos de Diane, indignada. Luego, se oyó la voz de James en un grito que hizo saltar a Marie, y después, solo se escuchó el silencio. Ella se calmó un poco, pero Desmond puso sus manos cogiendo los brazos de la chica, por si acaso. Marie temblaba, seguía agitada, roja, furiosa. Diane no tenía derecho a llorar su muerte. No era digna de aquello.
―Niña, explicadme qué ha pasado. Y tranquilizaos ―pidió el hombre que la sujetaba. Ella no habló―. Venga, vayamos al jardín.
Se dirigieron hacia el patio interior, y una vez allí, se encontraron con las damas de Marie. El capitán de la guardia les dijo que buscaran a tres soldados y dos guardias que custodiasen la puerta de la habitación, y las chicas desaparecieron entre risitas. Desmond la llevó hasta un banco y la sentó. Después, él se puso a su lado. Ninguno de los dos dijo nada, sólo se oían a algunos pájaros y el agua de la fuente. Estuvieron un buen rato así hasta que ella comenzó a llorar. Él la rodeó con un brazo, intentando consolarla, y Marie se tapó la cara. Ella misma se sentía insoportable, llorando cada dos por tres. Eso no era lo que la habían enseñado, a ella la habían educado diciéndola que debía de mostrarse fuerte siempre, y no debía de llorar nunca. Y ahora estaba derramando lágrimas por cada cosa que le decían. Pero es que se le había juntado todo, la posible muerte de Andrik, Diane y su historial, el carácter de James… Y no podía mantenerse fuerte por más tiempo, necesitaba desahogarse. Después recuperaría la compostura.
―Ella le dejó ciego. Fue ella ―consiguió decir, mientras seguía llorando.
― ¿Eh? ―dijo el hombre, sorprendido.
―Por su culpa perdió la vista. Ellos ya se conocían de antes ―siguió Marie. Tenía que contárselo a alguien. Tenía que decir la verdad, una verdad que James no sabía―. Se querían. Intentaron huir, y los padres de ella la descubrieron ―Había sucedido hacía bastante, pero ese era el motivo por el que Diane había acudido a él―. La idiota de ella dijo que le había intentado raptar, y como castigo, le quemaron los ojos. Ella tiene toda la culpa y ningún derecho a quererle. Esa soy yo, y no ella. Deberían de cortarle la cabeza a ella, y no a mí, o a él. Ella tiene toda la culpa. Ella, ella, ella… ―dijo, volviendo a llorar como una loca. Desmond se quedó callado, de piedra. Él no sabía nada de aquello, y por lo tanto se había llevado una sorpresa. El caballero siempre había pensado que ella, la señorita Diane, era una dama honesta donde las hubiera, que era correcto protegerla, y que debía de mantener su honor tan alto como el de su señor esposo. Por un lado, no sabía se creerse aquello, y por otro, no hacía más que maldecirse por haberlas separado. Aunque, si hubiese dejado que siguieran peleando, habría alguien realmente muerto en la habitación. Y eso le recordó que debía de decirle algo.
―Él no está muerto, mi dulce dama ―le susurró el caballero. La quería como a una hija, así que no pudo ocultárselo―. El plan de vuestro padre era haceros creer que estaba muerto. El mago lo enfrió un poco, y ahora lo estaban durmiendo para que cuando llegaseis estuviese aparentemente muerto. Él quiere alejar al juglar de vos…
De nuevo, se hizo el silencio. Marie dejó de llorar. Al principio, creyó que era falso, tan solo una mentira piadosa, de modo que le miró, interrogante, con los ojos rojos a causa del llanto. Él negó con la cabeza, y ella sonrió, volviendo a llorar, aunque esta vez era de alegría. Se levantó y se secó las lágrimas con la manga del vestido. En ese momento, Elvira apareció en el jardín, con el pelo negro suelto. Le dijo a Desmond que los guardias y los soldados ya estaban en la puerta, guardando la habitación. Ya no hacían falta, pues Marie parecía haberse olvidado de su madrastra. Pero él seguía pensando en lo que le había contado sobre Diane. Si aquello era cierto, debía de contárselo a James, mas sabía que si lo hacía, Diane moriría. Y él no quería condenar a una mujer. Estaba en un dilema moral. Mientras, Marie estaba bailando con Elvira, riendo, alegre. Su dama no comprendía a qué se debía aquella energía, pero bailó con ella, girando sin parar, pegando saltitos, con una gran sonrisa. Lady Bubied estaba feliz, delirando, parecía otra persona distinta. Estaba vivo, ¡estaba vivo! No se lo creía, pensaba que estaba delirando, pero era real. Andrik estaba vivo y lo estaba celebrando. Cuando se cansó un poco, soltó a su dama, que se fue en dirección a la cocina, y se sentó junto a Desmond.
¿Qué os ocurre, ser? ¿No os alegráis? —preguntó, casi sin aliento.
—Lo que me habéis contado sobre Diane… James no debe saberlo. ¿Lo habéis entendido? No debe saberlo, nunca.
Se levantó y desapareció. Estaba un poco preocupada, pero en aquel momento sólo pensaba en reunirse con él, con Andrik. Se dirigió a la habitación, y encontró a los guardias. Los soldados no estaban. Pronunció su nombre y unos cuantos títulos y las puertas se abrieron ante ella. Diane ya no estaba en la habitación, sólo estaban James y el mago hablando en una esquina. Ambos se giraron en cuanto entró, y James se dirigió hacia ella con rapidez.
—Marie… vete —dijo mientras la empujaba a la salida.
¿Marie? ¿Dónde estás? —dijo Andrik, incorporándose en la cama.
Su corazón dio un vuelco en cuanto oyó su voz. Esquivó a James y se lanzó hacia la cama. Lo abrazó con fuerza y él la rodeó con sus brazos, casi sin comprender nada. El mago salió rápidamente, lo que provocó que James soltara una maldición. Lord Bubied se acercó a ella y les separó. Su plan se estaba yendo al garete. Le dio un fuerte empujón que hizo que se estrellara contra la pared.
—Vete de aquí —sacó la espada que llevaba escondida entre sus ropas y apuntó hacia el juglar—. Vete o le mato, y de verdad esta vez.
Ella no se lo pensó dos veces. Se abalanzó contra su padre y lo tiró al suelo. Intentó quitarle la espada, pero él la aferraba con fuerza. Le mordió la mano, y entonces la soltó. Se levantó y se subió a la cama, poniendo tras de sí a Andrik. Ahora lo estaba apuntando a él.
—Eres un… un… Eres un cretino. ¡Y tu esposa una idiota! —tiró la espada lo más lejos que pudo, y se agacho hacia Andrik—. Venga, vámonos.
Le cogió de la mano y lo ayudó a ponerse en pie. Por suerte, estaba vestido, así que corrió hacia la puerta. De repente apareció una daga clavada en la puerta, casi en la mano de Marie, que intentaba abrir el pomo. La había lanzado James, que había recuperado su espada. Se acercó a ellos.
—Si os atrevéis a abrir la puerta, os ensarto.
Ella abrió la puerta y la cerró de golpe. Vio la espada atravesar la puerta de madera. James la sacó y salió. Los guardias se quedaron como pasmarotes, sin saber qué hacer. El Lord corrió tras ellos hasta que los acorraló en una esquina. En ese momento Andrik se puso entre ellas y James, o su espada.
—No pienses que vas a tocarla —dijo, con una voz desconocida para Marie.
—Y me lo vas a impedir tú, un juglar ciego ―le retó James, con aire burlón.
Alzó su espada, y justo cuando la bajó, al cerrar ella los ojos y apretar más su mano, se oyó un ruido metálico. Al abrirlos, vio a Desmond, con su pelo canoso, interponiendo su espada a la de su señor.
—He preparado vuestro caballo, señora. ¡Corred! —dijo el jefe de la guardia.
—Mentecato, ¡aparta! —rugió James, haciendo más fuerza.
En ese instante, fue Andrik el que tiró de ella, corriendo hacia cualquier lado. Él solo se guiaba por el olor. Acabaron llegando de esta forma a las cuadras, donde Marie vio a su caballo. Se subió ella primero y después ayudó a Andrik a montarse. Ella agitó las riendas y huyeron del castillo, y después de la ciudad. No quería volver y no lo haría, porque sabía que si lo hacía morirían de verdad, como él le había dicho antes.

Natalia Suárez-Bustillo. 3º E.S.O

lunes, 31 de octubre de 2011

UNAS VACACIONES GENIALES

Hola soy Carla y me voy a hacer un viaje sorprendente. Me voy a Asia, un lugar maravilloso. Ya vamos de camino en un bugati, hemos parado a comer y nos han servido un plato de lomo con patatas fritas y de postre a mí me pusieron un helado de chocolate y a mis padres un café. Yo ya he terminado, pero mis padres se han quedado hablando; así que me he ido a una tienda que había al lado y he visto una cosa que me ha encantado: una ranita en una charca. Le pedí a mis padres que si me lo compraban, pero me dijeron que no. Menos mal que me traje un dinerillo de mi hucha y mis padres no lo saben. Me la compré y me lo escondí en la maleta. Mis padres ya han terminado de hablar y vamos al coche; pero, nos hemos cogido un poco de comida para no tener que parar otra vez. Nos hemos cogido una sandía porque a mí no me gusta el melón. Por fin hemos llegado , creíamos que íbamos a tardar más, así que nos ha sobrado toda la comida, pero nos lo vamos a tomar para cenar. Ahora vamos a alojarnos en el hotel ¡a ver si lo encontramos! Ya hemos encontrado y también nos han dicho la habitación es la 318 , está bien por dentro yo me he quedado con la cama individual y mis  padres la cama de matrimonio. Estamos deshaciendo la maleta y de repente, se me ha caído la figurita de la ranita en la charca. Me han descubierto el dinero y se me ha roto la figura y al recogerla me he cortado. Me sale un poquito de sangre pero me han dicho mis padres que no pasa nada. Hemos salido a comer lo que habíamos comprado en el viaje, fuimos a una depresión muy grande y nos hemos encontrado con un montón de basura, la mayoría eran latas de guisantes. Recogimos toda la basura que había y la tiramos a un contenedor. Terminamos de comer y nos fuimos en el bugati a casa y aquí acaba mi viaje. Adiós.
Diana Fernández Calvo. 1º E.S.O 

jueves, 27 de octubre de 2011

¿QUIÉN ERES? POR FAVOR, NO ME DIGAS LA VERDAD

Héctor y yo somos mejores amigos. Yo se lo cuento todo y él me lo cuenta todo. Por ejemplo, el otro día me iba a contar un secreto muy grande según él, a la vuelta del colegio. Pero justo cuando me lo iba a contar, nos tuvimos que separar porque teníamos que ir cada uno a nuestra casa.
-Hasta mañana- nos dijimos el uno al otro.
Al día siguiente me levanté queriendo ir al colegio para que me contara el secreto. Así que, me puse a desayunar muy rápido para llegar lo antes posible.
Sonó el teléfono y mi madre se levantó a cogerlo. Al colgar, gritó:
-¡Oh, Dios mío! ¡El primo Quique ha desaparecido!
Quique es mi primo. Vive muy cerca de mi casa. Y también es el mayor enemigo de Héctor.
Cuando fui al colegio, Héctor no había venido.
Ah, una cosa que no me gusta nada de Héctor: tiene un hermano pequeño, de la edad de mi hermano, de hecho son amigos y ayer se quedó a dormir en su casa; y otro mayor, de 17 años al que tiene casi esclavizado pues se lo hace todo: si los deberes son difíciles, se los hace, si su cuarto está feo, se lo ordena. Y no me gusta que lo consiga todo sin esforzarse.
Al día siguiente, sábado, mi madre pensó que mi hermano se quedaría un día más. Llamó, pero no estaba en casa de Héctor. También la madre de Héctor le contó que creía que ya le habían recogido, y también le contó que su hijo mayor tenía gripe. Entonces todo apareció en mi cabeza: Quique tenía gripe un día antes de desaparecer. Es el mayor enemigo de Héctor. ¡Claro! El martes se enfadaron los dos. Y mi deducción es esta: Héctor le dijo a su hermano que raptara a Quique. Éste le contagió la gripe. Mi hermano, al ir a casa de Héctor, supo lo sucedido y le raptaron a él también mientras era horario de colegio, y por eso no vino.
Un rato después, fui a casa de Quique. En la ventana había un pelo. Para hacerme si fuera un detective-científico, me dirigí a mi casa para averiguar el ADN del pelo. No había nadie. De repente, una persona vestida de negro y con la cara tapada, me atrapó.
Lo siguiente que recuerdo es que estaba en un sótano o algo así. ¡Estaban Quique y mi hermano! Luego le dije al anónimo:

-¿Quién eres? Por favor, no me digas la verdad.

Estaba casi llorando sólo de pensar que era mi mejor amigo. El enmascarado se quitó la máscara y…
No era Héctor. Era su primo mayor, que estaba gastándonos una broma. Resulta que todo lo habían planeado para darme un susto.

Jimena Alcalá Bautista 1º ESO

lunes, 24 de octubre de 2011

ÉRASE UN VEZ UN NIÑO QUE VIAJÓ A FUERTEVENTURA

Érase una vez un niño que viajó a Fuerteventura (Islas Canarias.) Ese niño se llamaba Pablo, vivía en Alpedrete y le hacía mucha ilusión viajar.
El 20 de junio del 2011 a las 7 de la mañana fue al aeropuerto de Barajas con sus padres.
Él estaba muy nervioso porque nunca había montado en avión.
Vio una tienda de regalos y compró uno para su hermana. Después de comprarlo vio que eran las 8 y debía darse prisa porque a las 8 y 15 despegaba el avión.
Luego dejó las maletas y se fue a la cola para montar. Cuando montó se quedó impresionado de lo grande que era por dentro y se sentó al lado de sus padres. De repente, el avión despegó. Como el viaje era largo y estaba muy cansado decidió dormirse un rato, pero cuando se fue a dormir, empezaron las turbulencias. El comandante dijo que el avión se iba a estrellar porque se había parado un motor y no se podía volver a encender. Pablo notaba que iban perdiendo altura.
Menos mal que era precavido y se llevó una maleta que no era de ropa, sino para sobrevivir por si se estrellaban.
Cuando el avión se estrelló solo sobrevivieron sus padres y él, todos los demás estaban muertos. Cuando salieron del avión se encontraban en una isla desierta que por casualidad había una casa abandonada y al lado una bañera vacía. La isla parecía muy grande.
Se instalaron en la casa que estaba llena de telarañas. La limpiaron y la ordenaron, así parecía otra cosa, era la hora de comer y tenían mucha hambre.
Menos mal que Pablo llevaba en la maleta unos anzuelos para pescar y una navaja para hacer una lanza. Al padre de Pablo le gustaba mucho la pesca, entonces se puso a pescar con un cacho de pan que había metido Pablo en la maleta. Pablo hizo la lanza con un palo que se había encontrado en el suelo. También metió unas gafas de bucear y las utilizó para ir mar adentro a coger peces con una red que había metido en la maleta. Mientras, su madre se fue a coger frutas de algunos árboles como cocos, piñas…
Al final de la pesca cogieron entre los dos 20 peces y la madre 10 frutas. Se pusieron a cocinar los peces con un mechero y unas cazuelas de la maleta. Cuando terminaron de cenar se fueron a dormir pero como hacía mucho frío encendieron un fuego dentro de la cabaña. Al día siguiente tenían mucha sed. Entonces, Pablo sacó de la maleta una cantimplora, pero había poco agua entonces decidió ir a buscar agua dulce para beber.
Después de caminar, caminar y caminar encontró un manantial. Entonces se le ocurrió una idea, se fue a por las cazuelas para llenarlas de agua. Como no tenía dónde dejar el agua, puso de tapón en la bañera una pelota de tenis que tenía en la maleta por si se aburría.
Cuando vinieron los padres de Pablo de coger peces y cocos, Pablo les contó que había encontrado un manantial. Fueron a por más agua hasta que llenaron la bañera entera. Pasaron días y días hasta que un helicóptero pasó por allí y les vio. Entonces aterrizó, los montó en el helicóptero y pudieron volver a Madrid. Por el camino, le contaron al piloto todo lo que les había pasado.
Esta familia de supervivientes salió en las noticias de la televisión y se hicieron muy famosos.

Pablo Martín. 1º E.S.O

¿QUÉ ME LLEVARIA YO A UNA ISLA DESIERTA?


Hola. Soy Julia. Tengo trece años  y esta es una pequeña historia, bueno, pequeña porque no  os ha pasado a vosotros; pero, mejor os la cuento desde el principio...
Yo me iba a conocer a una prima que vive Camboya. Hice la maleta con unos vestidos preciosos, con mis pantalones de  chándal, mis vaqueros y no me podían faltar los cagados y las bragas porque  si no ....( esa es una de las recomendaciones de mi madre: "lleva  una camiseta de sobra por si te manchas , los documentos y tres bragas por si te haces pis o te tiras un pedo", esa es mi madre). Esta era mi primera maleta pero nunca se sabe, yo hice otra (siempre hay que ser precavidos por si le pasa algo al avión  y acabas en otra parte otra parte que no es tu destino) y en esta puse mi cepillo de dientes, jabón (del normal, el de Marsella el de toda la vida ), un cuchillo  (tranquilos no voy a matar  a nadie) también  mi libro preferido El largo verano de Eugenia Mestre y muchos más libros. En mi  maleta podrías en encontrarte  una tienda de caramelos ( para que no me falte azúcar ) bueno y esa  era mi maleta.
A la mañana siguiente me desperté, me lavé los dientes, la cara y me tomé un suculento  desayuno. Me puse los zapatos y me monté en  el  coche. Por el camino me encontré un caramelo pegado en el asiento de al lado, estaba chupado, pero me pareció apetecible. Así que me lo zampé. Un día más tarde me di cuenta de que había sido un terrible error… 
Saludé a mi familia y a mis amigos. Y con gran entusiasmo estaba de camino a Camboya. El viaje iba viento en popa, nunca mejor dicho, aunque no estaba en un barco estaba en un avión. La peor noticia fue que mi vuelo no iba a Camboya su destino era una isla con un nombre muy raro (eso explicaba la poca gente que estaba  en el avión. Ahora veis por qué más vale prevenir que curar) y acabé en una playa  desierta. No sabía qué hacer. Después de pensar un rato  ( unos dos o tres días ) hice un gran fuego, corté una hoja de un libro la metí en  una botella  que había "robado" en el avión y me salvé. Me he hecho famosa  y ahora escribo libros de aventuras y he conocido a mi prima de Camboya.

Julia Alaniz 1º E.S.O

miércoles, 19 de octubre de 2011

EL NAUFRAGIO PERDIDO. Una historia inolvidable

Un soleado día de verano, me disponía a coger el vuelo 673, con destino a América. Sonó la voz y me dirigí al embarque con mis cosas. La azafata nos dijo que nos abrocháramos los cinturones y nos deseó buen viaje, se empezaban a ver las cosas pequeñas de tal manera que parecíamos gigantes. ¡De repente, turbulencias! Una horrible tormenta hizo que perdiéramos el rumbo hacia América y el impacto de un rayo rompió un ala del avión, con gritos y desesperación, llena la punta de fuego, caímos al mar.
Esta historia es muy triste y soy el único que se acuerda pues soy el único que sobreviví. Aturdido, llegué a una pequeña isla (gracias a la corriente del mar), rodeada de palmeras y de arena fina como la seda. Tenía una maleta en la cual llevaba cosas de emergencia por si en algún caso ocurriera lo sucedido. Me dirigí hacia el frondoso bosque que me pareció un sinfín puesto que estaba acostumbrado a un pequeño pueblo llamado Alpedrete. En aquella maleta llevaba varias cosas, una botella de agua por si tenía sed, un mechero por si hacia frío y comida en lata por si tenía hambre y una multiusos de esa que tienen navaja, tijeras, etc.
Pasaron los días intentando resistir a fuertes tormentas con una pequeña cabaña que mediante palos y lianas me había construido. Me encontraba cada vez más desfallecido, pues iba como un nómada de lado a lado de la isla porque se me habían acabado los víveres. Por suerte, encontré un gran manantial y comida ya que había palmeras y distintos frutos.
Unos días después, un fuerte pitido del radar del avión me despertó por la mañana y una voz grave hablo a través de esta emisora, !ilusionado respondí¡! hola, hola!¡ socorro necesito ayuda soy un naufrago¡
Unos meses después, ya acostumbrado, me encontraron y volví a casa con mi familia.

DAVID SANTAMARIA MORAL 1º E.S.O

LIZZIE BENNET SOBREVIVE A UN NAUFRAGIO

Lizzie  Bennet es  una  chica  de  17  años  que  sobrevivió a  un  naufragio,  cerca  de  la 
costa  de  Nueva York  en  los  Estados  Unidos  de  América.
Lizzie, en  verano  de  2010,  iba  a  cumplir  16  años. El  regalo  que  ella más  quería, ese  10  de  julio,  era  que  su  madre  la  dejara  ir  a  los  Estados  Unidos  de  América  con su  novio  Beck. Lizzie  le preguntó  a  su anciana  madre  si  la  dejaba  viajar  y ella  le  dijo  que  sí, pero  que  con  cuidado. Beck su  novio  ya  tenía  lo  billetes  para  el  día 13  de  julio, el vuelo 654  destino  USA  a  las  08:00 h. am . El  día  antes  de   que  se fueran estuvieron despidiéndose  de  la  familia, haciendo  las  maletas  y  buscando  información  de  New York . Ya  era  día  13 y  tenían  que  coger  un  vuelo  a  las 08:00. Cargaron  el  coche y  se  fueron  al  aeropuerto,  eran  las  07:15 y estuvieron  desayunando en  la  cafetería. Solo  quedaban  15  minutos  para  despegar . Se  montaron  en  el  avión  y  se fueron. Lizzie miraba  por  la  ventana  del  avión  y  veía  como  las  cosas   iban  encogiendo . De repente, empezaron las  turbulencias, se  estaba  desatando  una  enorme  tormenta, un  rayo  cayó  sobre  el  avión y cayeron  al  agua.  Todos  estaban  inconscientes , excepto  Lizzie  y Beck . Cogieron  los  maletas y  se  fueron nadando  a  una  isla  que  se  veía a lo lejos. Al llegar  vieron  que  no  había  nadie. Estaban  asombrados  con  tanta  belleza  junta , estuvieron  buscando  una  cueva  para  dormir  esa  noche  y encontraron  una  cerca  de  un  manantial. Se  alegraron  al  ver   que  tenían  refugio  y  agua  potable. Miraron  que  había  en  cada  maleta. Encontraron  un  saco  de  dormir, lo   abrieron  y  se  durmieron . A la  mañana siguiente  estuvieron  pescando  con lanzas  que  ellos  mismos hicieron, de  pronto  vieron  un  helicóptero  que  iba  a  salvarles la  vida , montaron  en  él  y  se  fueron  de  nuevo  a  casa.

Noe Segovia 2º E.S.O

martes, 18 de octubre de 2011

COMO PERDER EL TIEMPO EN UNA ISLA DESIERTA

Yo estaba en la península de Kamchatka, en Rusia por temas de trabajo. Decidí irme de vacaciones a Australia a ver a mis tíos. A primera hora de la madrugada cogí el vuelo con destino a Weipa. A mitad de camino, en el océano Pacífico mi avión se accidentó. Lo supe al despertar a la orilla de una isla que parecía estar completamente desierta.
No había ningún rastro de civilización a parte de los restos del naufragio, en los que encontré una maleta, una maleta que, antes del vuelo había preparado específicamente por si ocurría lo que ocurrió.
En la maleta metí un pedernal para tener fuego de manera segura ya que si se mojaba no dejaba de funcionar y tardaba años en agotarse. También metí una navaja que me sirvió para diversas cosas, un Windows vista para seguir con mi trabajo y chatear por Internet con mis tíos para informarles de lo sucedido, un abrigo para pasar las noches frías y un manual de supervivencia que me fue muy útil para aprender técnicas para sobrevivir en la isla.
Con el pedernal encendí un fuego que alimenté con ramas y hojas día y noche, con la navaja y unos palos me construí una cabaña, recogí peces y cacé fruta de la isla.
Unos meses más tarde me encontró un helicóptero y me rescataron. Cuando me subí al helicóptero, vi desde el cielo, tras unas montañas de la isla, ¡otra isla! y estaba poblada. Ya me extrañaba a mí que hubiese conexión en la isla…
Y así es como perdí tres meses de vacaciones.

Julio Lallave 1º E.S.O